viernes, 7 de marzo de 2014

EL BESO DEL FINAL

Y quisiera tirar del cable anclado en la pared.
Y quisiera soltar de esa correa está marcando tu piel.
Y quisiera poder gritar que ya soy libre.
Pero duele soltar y el dolor me persigue…

Y quisiera, E.B.S.


El pitido ha cesado. Y ahora nada, ya no queda nada. Vacío. El silencio de la muerte resulta reconfortante, y aunque sepa que el final ha llegado y que dejo atrás algunas personas a las que quiero y que posiblemente tendrán que modificar su vida por mi ausencia, no puedo evitar sentir alivio.

La lucha ha sido breve pero intensa y también, para qué negarlo, infructuosa, pues al final la Parca cortó mi hilo y todo se ha desvanecido. Y aquí estoy, flotando en la nada, sintiendo la paz y el sosiego que tanto necesitaba.

Mi vida fue plena a veces, no me puedo quejar. Cometí errores, intenté subsanarlos y en ocasiones lo logré. Solo en ocasiones… porque hubo cosas que nunca pude arreglar ni perdonarme a mí mismo, como el anteponer mi vida sentimental de viudo joven y alocado a la felicidad de mis hijos.

Ahora es cuando logro entender por qué Susana se fue a vivir a Cantabria y nunca más quiso saber de mí. Creció viendo a su padre ir de flor en flor, a cada cual más venenosa, y descuidar sus obligaciones como padre, dejándoles más desamparados a ella y a su hermano Jaime de lo que ya estaban sin su dulce madre. No la culpo por odiarme.

Jaime siempre fue más benévolo conmigo. Supongo que, en parte, porque todo aquello le pilló muy pequeño, cuando aun se tiene a los padres idealizados. O tal vez por aquello tan tópico de la camaradería masculina, quién sabe. Es el único que está ahora a mi lado, en esta fría y aséptica habitación de hospital. La última flor venenosa de mi vida salió corriendo en cuanto el médico mencionó la palabra “incurable”.

domingo, 2 de marzo de 2014

DOS AÑOS SIN TI

Hace dos años escribí el siguiente texto, aproximadamente a estas horas. Sola delante del ordenador, con la única compañía de una caja de pañuelos y mis incesantes lágrimas. Me resultaba completamente imposible irme a dormir como si nada. Necesitaba expresar todo lo que se agolpaba en mi mente y en mi corazón, dejándome casi al borde del colapso. Hacía solo unas horas que acabábamos de enterrar a mi abuelo. Hoy, dos años depués, sigo emocionándome con su recuerdo... Se lo merecía todo. Por eso he decidido rescatar mis palabras y recordarle. Dicen que seguimos vivos mientras alguien nos recuerde, así que vamos a mantener vivo a ese hombre maravilloso que tuve por abuelo y que me hizo ser como soy. Le echo de menos...



UNAS PALABRAS PARA MI ABUELO LIBERTO

Esta es una de las tareas más difíciles a las que me he enfrentado jamás: escribir estas líneas, hacerte este pequeño homenaje que te mereces. Pequeño, no porque tú lo fueras, sino porque es algo hecho para ti, a tu medida… por eso estas líneas serán humildes y cariñosas, sencillas, como tú. 

Te has ido silencioso, sin apenas dar trabajo ni hacer ruido. No te gustaba molestar, al contrario, te encantaba ser útil y ayudar en lo posible. Te has ido silencioso, sí, pero tu recuerdo resuena fuerte en mi cabeza y mi corazón te atesora, como al más preciado de los bienes. Recuerdos como, por ejemplo, cómo me ayudaste a elegir corbata para la comida familiar las navidades pasadas. O recuerdos como la celebración de tu 90 cumpleaños, con aquella tarta por sorpresa y los aplausos de las mesas vecinas en el restaurante. Recuerdo también tardes llenas de conversaciones en las que contabas recuerdos de tu juventud, de tu matrimonio o incluso de tu niñez. Memoria prodigiosa, capaz de recordar versos de la infancia con casi 90 años.

Recuerdo tu sabiduría, no de hombre de libros, sino de hombre de campo, de trabajo… de vida. Sabiduría del hombre que vivió el siglo con más cambios políticos en España y en Europa, que conoció la vida cotidiana sin tecnología y la invasión de esa tecnología en todos los ámbitos de la vida. Sabiduría del hombre que confiaba más en sus manos o en su gente, que en los designios de cualquier dios caprichoso.


Mi abuelo en su juventud
Tu silenciosa partida y todos estos recuerdos son lo que me ha movido a escribir. Necesito despedirte, decirte aquello que no pude decir antes de que Caronte te subiera en su barca. Y lo que hay que decir es muy simple: GRACIAS… por todo. Por estar siempre ahí, por saber perdonar cuando fue necesario, por querernos con toda tu alma, por amar a tu mujer hasta el último aliento, por escucharnos y aconsejarnos con tu buen criterio… por ser una persona maravillosa y demostrarlo en cada gesto.

Te has ido, pero te llevaste algo más que la moneda para el barquero. Tus maletas iban repletas de amor, de cariño, de una existencia feliz al lado de la mujer de tu vida, de ver nacer y crecer a tus hijos y a tus nietos. Te llevaste el cariño de amigos verdaderos y la satisfacción del trabajo bien hecho en todos los aspectos de tu vida. Tu viaje último fue en un día de tiempo primaveral, aunque oficialmente todavía en invierno. Era invierno, sí, pero el sol te acompañaba, para darte luz y calor, y evitar ese frío que tan poco te gustaba. Te despedimos entre lágrimas, pero sabiendo que te dejamos en buena compañía, descansando al lado de tu compañera en el camino de la vida, que se adelantó en el viaje de la muerte pero no para abandonarte, sino únicamente para poder mostrarte el camino cuando tú llegases. Espero que el reencuentro sea maravilloso.

Jamás olvidaré tu fortaleza, ni cómo luchaste contra la muerte hasta el último segundo. Siempre te llevaré conmigo.

                                                                                              Tu nieta Sandra