jueves, 31 de marzo de 2016

TIRANT I QUIXOT, ELS BONS AMICS

L’any 1615 veu la llum la 2a part de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. L’any següent (1616) morirà el seu autor, Miguel de Cervantes. Enguany, 2016, estem doncs al quart centenari de la mort de l’escriptor espanyol. De tots és sabuda la seua importància a les lletres espanyoles i la seua influència a la novel·la de tot el món, però sovint oblidem que aquesta obra també rep influències d’altres anteriors.  


Una d’aquestes influències ve de la mà d’un valencià. Joanot Martorell (1413-1468) començà el Tirant lo Blanc al gener de 1460. La seua redacció finalitzà quatre anys més tard però mai va aconseguir veure la seua obra impresa, ja que la primera edició apareixeria a València el 1490 i la segona a Barcelona el 1497. L’editor encarregat de la 2a edició va decidir publicar-la traduïda al castellà a Valladolid el 1511, però com obra anònima. Aquesta edició és la que estava a la biblioteca del Quijote.

El capellà de la novel·la castellana, no sols el salvarà de les flames quan fa la cremà dels llibres que suposen l’origen de tots els mals del cavaller, sinó que a més a més li recomana la seua lectura al barber, fent-li grans alabances: “¡Válame Dios! –dijo el cura, dando una gran voz–. ¡Que aquí esté Tirante el Blanco! Dádmele acá, compadre; que hago cuenta que he hallado en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos.” [...] “Dígoos verdad, señor compadre, que por su estilo es éste el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros de este género carecen”.

Efectivament, és el seu realisme el que li resulta fascinant. Que el Tirant no muira al camp de batalla, sinó malalt al llit, que faça testament abans del desenllaç, que es queixe dels dolors... és cosa poc comuna a les novel·les de cavalleries de l’època. Per això li resulta tan interessant a Cervantes, que parla per boca dels seus personatges al Quijote.

domingo, 20 de marzo de 2016

CINE Y EDUCACIÓN (II): DULAINE

Es el turno del segundo de nuestros profesores de película: Pierre Dulaine. Hay que resaltar que, a diferencia del Profesor Holland (a quien dedicamos la primera parte de este artículo sobre cine y educación) el Pierre Dulaine de la película Déjate llevar es un personaje real: un profesor de baile que propició la aparición de toda una serie de programas gratuitos de danza para los alumnos más conflictivos de los institutos de Nueva York.



Estamos ante una cinta que a simple vista parece una película de baile, un ejercicio artístico capitaneado por el polifacético Antonio Banderas. Sin embargo, solo hay que rascar un poco para ver que su propósito es diferente. Esta película habla de educación, pero no de cómo enseñar lengua y literatura o matemáticas, sino de la educación en actitudes, valores y normas, algo cada vez más necesario en la educación y que cualquier profesor debe tener en cuenta, pues se trata de una materia transversal que atraviesa todo el currículum y que es absolutamente imprescindible para formar a sus alumnos. El baile solo es el pretexto para articular la historia, una forma atractiva de presentarla: los pasos elegantes, la música, el escenario… es el contexto perfecto.

viernes, 11 de marzo de 2016

OTRA VEZ HOY...

Y así pasan los días, de lunes a viernes
Como las golondrinas del poema de Bécquer
De estación a estación enfrente tú y yo
Va y viene el silencio.

Jueves, La Oreja de Van Gogh


Hace un par de semanas se hizo viral la carta que una estudiante le dedicó a dos chicas asesinadas. Murieron por negarse a ser tocadas, a ser tratadas como ganado. Una muerte violenta e injusta.
Yo morí por subirme al cercanías, como cada día. Ese fue mi único pecado, mi gran error. Esas chicas fueron ofendidas y trataron de defenderse, pelearon por sus derechos y por su vida. Yo no tuve esa oportunidad. Espero que nadie malinterprete mis palabras. Tan atroz fue su muerte como la mía propia, e igualmente deleznables nuestros asesinos. Pero ellas pudieron luchar. Yo solo pude morir. En un segundo todo se acabó.
Por si alguien aún no ha caído en la cuenta de quién soy, les diré que eso no importa, solo soy una de las 193 víctimas del conocido como 11-M. Una entre tantas, una que cogió el tren como cualquier otro jueves para ir al trabajo. Y que nunca llegó. Hace ya 12 años de eso y, desde entonces, he visto cómo día tras día mis asesinos se han hecho fuertes.
Pero lo peor no es eso. Lo peor es ver cómo la gente ha ido olvidando todo aquello, cómo han pasado del estupor, la rabia y la impotencia al olvido, a la indiferencia, a que nadie hable de aquello. The show must go on, o en versión patria, el muerto al hoyo y el vivo al bollo…
¿Creen que si no se toca el tema, desaparecerá de la historia? ¿Creen que volveré a la vida si fingen que nunca pasó? A los que estamos a este lado de la línea nos encantaría que así fuese, y también a los que aún esperan vernos entrar por la puerta diciendo “Ya estoy aquí. Todo fue un mal sueño”. Pero ya ven ustedes que hay cosas imposibles.
La gente se llena la boca con los muertos de la Guerra Civil, la memoria histórica y las fosas comunes. Reclaman la restitución del honor de sus muertos. Otros hablan de víctimas de ETA, aunque de algunas en concreto, posiblemente de las más mediáticas. Incluso hay algunos que ahora hablan de cal viva, haciendo referencia a los terroristas muertos a manos del GAL. Pero parece que nosotros no le importamos a nadie…
Pues les diré una cosa, hoy es otra vez 11 de marzo. Sí, otro 11 de marzo que se atraganta en las vidas de 193 familias. De mis hijos, que se quedaron sin su madre. De la señora del 5º, que perdió a su marido. Del abuelo que se quedó esperando la visita de esa nieta que acababa de volver de estudiar en el extranjero. De esos padres que no volvieron a ver sus hijos…
A nadie le importa. Solo hay tiempo y páginas para las peleas de políticos, para las luchas por un escaño y un sillón.
Lo único que nos queda es que alguien se acuerde de nosotros, de aquel día, de aquel regusto a hierro en la boca, de todos aquellos (médicos, bomberos, policías…) que se lanzaron a ayudar a los heridos y a rescatar nuestros cuerpos sin vida para devolverles una parte de la dignidad que nuestros asesinos hicieron saltar por los aires. Y nos queda que ese alguien que se acuerda de todo esto alce la voz y grite nuestros nombres. Y recuerde al mundo nuestro sacrificio en el altar de los dioses del fanatismo. 
Nadie podrá devolvernos la vida. Lo que sí se puede hacer es recordarnos y apoyar a nuestras familias mutiladas por la barbarie. Gritar al mundo que no morimos en vano y que luchareis por nosotros, más allá de intereses, colores políticos, pozos de petróleo y postureos varios. Que los miles de heridos cuya vida jamás será igual no están solos, que tendrán siempre muchas manos que les ayuden y otros tantos hombros en los que buscar consuelo.

Y que nunca más seremos olvido diluido en un lazo negro.