martes, 30 de agosto de 2016

EN OCASIONES LAS ESTRELLAS SÍ TIENEN NOVIO


Las noches de perseidas siempre me han gustado, pero sé que ésta, además,  es especial. El inesperado descenso de los termómetros hasta temperaturas primaverales,  la suave brisa marina y el vaivén de estrellas en el cielo indican que algo maravilloso se avecina. Decía mi abuela materna que en noches como ésta las fronteras entre el mundo de los vivos y los muertos se diluyen y todos podemos cruzar al otro lado.

Tal vez por eso he bajado a la playa a dar un paseo. Está desierta, son las 3h de la madrugada de un jueves; pero me gusta ver el espectáculo de las estrellas cada año. Me acerco a la orilla y empiezo a andar sintiendo el chocar de las olas con mis pies. “La arena fresca bajo los pies desnudos es una de las mejores sensaciones del mundo”, pienso ensimismada.

“A mí también me gustó esa sensación siempre”.

La voz masculina, cálida y con acento andaluz me sobresalta. Un hombre camina a mi lado. Me ha asustado, pero me transmite buenas vibraciones y el susto inicial se evapora rápidamente. La tenue luz de luna no me muestra bien su rostro, pero lo intuyo familiar.

—No te asustes, chiquilla. Sólo soy un poeta —su voz suena afable y sincera.
—Disculpe, creí que estaba sola. ¿Cómo se llama? —intento verle mejor la cara pero la luna sigue sin colaborar.
—Ni se te ocurra seguir hablándome de usted. Por muy viejo que me creas, no lo soy tanto. No he cumplido aún los 40… Me llamo Fede —intuyo su sonrisa divertida.
—Encantada. Yo soy Margarita —cambio de nombre por si acaso. Parece un buen hombre, pero nunca se sabe.
—No me mientas, chiquilla. Te llamas Alejandra. Es un nombre demasiado bonito para esconderlo…
—¿Cómo sabe usted…? 
—¡Nada de usted! —me interrumpe con algarabía— Yo sé muchas cosas. Siempre las supe, igual que tú… —ahora sí, la luna me permite ver a medias su rostro. Veo su sonrisa enigmática y a la vez orgullosa. Parece que le encanta este juego de despistarme.
—No acabo de entender… —estoy confusa. Se parece al poeta, sí. Pero es imposible. ¿O tal vez no?
—Acompáñame — me pide tendiéndome su brazo para que me enganche a él. 


viernes, 12 de agosto de 2016

MELIBEA: ¿SEDUCTORA O SEDUCIDA?

         
             La figura de Melibea es una de las más interesantes que la literatura puede aportar. En una lectura superficial de La Celestina, podríamos entender a Melibea como la joven que se deja seducir por el hombre y cae en la tela de araña que finamente ha preparado la medianera. Sin embargo, si rascamos un poco más, nuestra visión de la cándida Melibea cambia y aparece un personaje mucho más complejo.


            Lo primero que debemos tener presente es que forma parte de un todo indisociable: la pareja que forma con Calisto. Sin embargo, está lejos de ser su calco, pues las diferencias entre ambos son notables y además están justificadas tanto por el eterno motivo de la diferencia entre sexos, como por otras particularidades históricas.

            Melibea se presenta fuertemente afianzada en la realidad, dentro de un marco familiar estable y la sanción de la sociedad es lo que rige su conducta desde el principio. Se atiene a un código impuesto, el código del amor cortés, en el que la falta de humildad del vasallo provoca la ira de la señora, de ahí que su primera reacción sea la ira ante Celestina. Su puesto en la sociedad es algo muy presente en Melibea; ya enamorada de Calisto, sigue reteniendo la responsabilidad de su condición, que defiende ante el deseo de éste de quebrar las puertas. Esto destaca la responsabilidad social de la doncella, quien además se acusa de haber perturbado con la muerte de su amado el orden de la ciudad.

Esta preocupación por lo que piense la sociedad la lleva a mantener en secreto sus amores, es el sentimiento del honor quien la obliga, mucho más arraigado en Melibea que en Calisto. Melibea es, pues, el debate entre pasión y deber. Y es por ello que sigue defendiendo su honor, esta vez de forma débil, en la primera cita con Calisto, cuando le pide que evite “estos vanos e locos pensamientos” para evitar las habladurías: “No quieras poner mi fama en balança de las lenguas maldizientes”.