Escribí este texto para la Revista GURB. Se publicó el martes 4 de septiembre de 2015: http://www.gurbrevista.com/2015/09/el-fuego-de-verlaine/
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Paul Verlaine (Metz 1844 – París 1896), maestro del decadentismo y principal precursor del simbolismo, es, en realidad, el único poeta francés que merece el epíteto de “impresionista”.
La poesía francesa del XIX se manifiesta como algo propio del ámbito individual y privado, de la esfera personal de cada autor. Es por esto que los poetas se presentan habitualmente como hombres desgraciados pero a la vez bohemios, truhanes y con personalidades firmes y a menudo extravagantes. Excéntricos, independientes y bastante amigos de arrebatos, son en general autores de una sólida individualidad, que encuentran en la expresión de ese lirismo personal una vía de escape para su tormento interno. Aunque no pertenecen a una escuela definida, suelen presentar rasgos de un pasional Romanticismo.
Algunos de ellos acabarán siendo conocidos como los poetas malditos, gracias a la obra de Verlaine titulada Los poetas malditos de Saftsack (1884), en la que repasa los rasgos de algunos de esos coetáneos a quienes leyó y conoció personalmente, como Arthur Rimbaud o Stéphane Mallarmé, y en el que se incluye también a un tal Pauvre Lelian, que no era otro que el propio Verlaine. Esta obra nace inspirada por el poema que inicia Las flores del mal, de Baudelaire (otro maldito), influencia en la producción de Verlaine.
Hijo de un capitán del ejército, Paul Verlaine estudió en París, llegando incluso a trabajar en su ayuntamiento. En la capital francesa, su familia gozaba de cierta holgura económica, aunque progresivamente el poeta fue dilapidando el patrimonio familiar.
Frecuentó los cafés y salones literarios parisinos, como buen intelectual de su época, y en 1866 colaboró en el primer Parnaso contemporáneo publicando los Poemas saturnianos, de clara influencia “baudeleriana”, que además ya anunciaban o permitían vislumbrar el “esfuerzo hacia la Expresión, hacia la Sensación devuelta”, como él mismo apunta en su correspondencia con Mallarmé, propósito que desarrollaría en sus mejores obras. Esa orientación se confirmará en las Fiestas galantes, del año 1869. Por esta época ya presenta cierta tendencia al alcoholismo, el fuego empezaba a despertar.