miércoles, 21 de agosto de 2013

NÉMESIS Y LAS FURIAS

Todo está oscuro. Estoy en el sofá y no puedo moverme, pero oigo pasos alrededor de mí, y una respiración fuerte, acechándome. No puedo moverme, es como si estuviera clavado en el sofá. Respiro de forma acelerada, siento que me ahogo y entonces todo se para y la veo en la puerta.

Mirándome, seria, como si me acusara. No dice nada, solo me mira con su cara de enfado, levanta un dedo acusador hacia mí y luego desaparece. Hago fuerza para levantarme pero sigo como anclado al sofá.  Hago un esfuerzo mayor y por fin consigo moverme. De forma brusca me levanto del sofá, despertando entre sudores y con una taquicardia considerable.  

¿Se puede saber qué ha sido esto? ¿Sueño, pesadilla, algo paranormal? Necesito unas vacaciones, llevo demasiadas cosas a la vez… el trabajo como profesor en el conservatorio, la banda de rock, el grupo de teatro… ¡Maldito estrés! 

Pero… tratándose de ella, nada es casual. Siempre todo con doble intención, intentando sacar provecho, directo o indirecto… la cuestión es salir ganando siempre. Mi abuela no dio nunca puntadas sin hilo, y mucho menos va a hacerlo ahora, que ya no está viva. ¿Qué quiere? No me dice nada pero parece enfadada, no la entiendo. Será mejor que me dé un paseíto y me despeje…

Salgo a la calle, y el calor es sofocante, pero aun así me despejo. Subo hasta la Plaza Mayor y me siento en una terraza a tomar un refresco. Me relajo y cuando vuelvo a casa todo parece una mala pesadilla, de modo que con la cabeza ya despejada estudio un rato el papel que tengo en la nueva obra que estamos preparando y, sin darme cuenta, se me hace la hora de cenar.

Tras una cena ligera, me meto en la cama, quiero ver una película francesa sobre una estafadora que acaba accidentalmente estafada. No es nada del otro mundo, y el cansancio me vence… me quedo frito en media hora. Mis sueños son ahora tranquilos y sosegados: estoy en la casa de mis abuelos, que ahora es mía, leyendo apaciblemente.

De repente hay mucha gente allí; gente peligrosa, amenazante, que intento echar de allí y que oponen resistencia. Me gritan, me amenazan pero no me agreden físicamente. Me pongo histérico y grito como un poseso miles de improperios, cerrando los ojos por la rabia. Cuando los abro, han desaparecido y ella vuelve a estar allí. De nuevo, no dice nada, solo me mira con su cara de enfado, levanta un dedo acusador hacia mí y luego desaparece. Y de nuevo, el despertar de forma brusca.

Otra vez… ¿Me estaré obsesionando? Mejor dejarlo pasar, cuanta menos importancia le dé, mucho mejor.

Vuelvo a dormirme y el resto de la noche pasa más tranquila, sin pesadillas ni sobresaltos. Aunque a la mañana siguiente me despierto agotado, en vez de pasar la noche durmiendo parece que la haya pasado de fiesta…

¡Una aspirina, por favor!

Eso siempre me hace mucho efecto. Y la verdad es que ese día y los siguientes duermo sin pesadillas, aunque no puedo quitarme de encima la sensación de cansancio. Por muchas horas que duerma, siempre me noto fatigado, me pesa la cabeza, me duele la espalda y me cuesta seguir mi propio ritmo de vida.

Una semana después tengo unas ojeras que se ven a kilómetros y levantarme de la cama me cuesta un mundo. De modo que esa noche me tomo un somnífero y me acuesto pronto. Me duermo como un ceporro…

Pero no puedo despertarme, me siento amarrado al sofá. ¿Cuándo me he quedado dormido en la casa de mis abuelos? Si estaba en mi casa y en mi cama... No puedo levantarme, otra vez. Veo una muñeca vestida de negro, un poco de estilo gótico, que de repente deja de ser una muñeca y se convierte en una mujer de verdad. Con gesto peligroso me mira y me advierte:

-      Deberías hacer caso a las advertencias de tu abuela si no quieres pagarlo caro. No te gustaría que volviera a visitarte, créeme…

Sorprendentemente me envalentono y respondo a gritos:

-      Mi abuela nunca dice nada, y si quiere algo que me lo diga, o dímelo tú, ya que vienes a amenazarme a mi propia casa. ¿Quién te has creído que eres, gótica de pega? ¡Fuera de mi casa, yaaaa!

La mujer tuerce el gesto, repite que lo pagaré caro y desaparece. Esta vez la cosa acaba ahí, no veo a mi abuela por ninguna parte pero me cuesta despertar, como siempre. Y cuando lo hago, de nuevo en mi cama, me duelen hasta las pestañas.

¿Hasta cuándo va a durar esto?






Este texto puede leerse también en el Periódico mexicano La Verdad: 
http://periodicolaverdad.mx/nemesis-y-las-furias.html

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