Aquel silencio siempre le había gustado a Alba. Esas
horas desiertas en las que nadie transita las calles y una mujer puede sentirse
dueña del mundo o presa fácil. Depende del carácter de la mujer en cuestión,
claro.
Baja la calle ancha que lleva a la plaza de la
Libertad, popularmente conocida como la plaza del ataúd por tener esa forma, pasa
por delante del mercado, gira en la siguiente esquina para enfilar la avenida
hacia el paseo marítimo y justo en ese momento se encuentra de frente con su
destino.
—Te estaba esperando —le espeta el hombre con un
gesto tranquilo. Aparenta unos 40 años. Lleva traje y sombrero, al estilo de
los ladrones de guante blanco guapísimos de las películas.
—Así que por fin nos conocemos… — Alba sabía que esa
noche era LA noche. Llevaba demasiado tiempo esquivándole— Supongo que
tendremos tiempo de charlar un poco.
—Todo el tiempo que necesites. No hay prisa. Ya no.
Ella y el misterioso hombre se encaminan hacia la
playa. Desechan andar por el paseo marítimo y bajan directamente a la arena. Alba
se descalza para sentir la arena fría bajo sus pies, le recuerda su niñez y la
barca de pescador de su abuelo.
—¿Estás satisfecha con tu vida? —el hombre la aborda
de forma directa.
—Te mentiría si te respondiera con un sí rotundo. Creo
que tengo luces y sombras, supongo que como todo hijo de vecino —responde con
una sonrisa medio forzada.
—Has tenido un par de segundas oportunidades. Algo
bueno habrás hecho con ellas, digo yo… Además, mi jefe no te las habría dado si
no hubiese visto algo positivo en ti y en tu modo de hacer las cosas.
—Siempre las he hecho a mi aire. Necesitaba
libertad, me asfixiaban las imposiciones y las normas sociales. “Una señorita
no debe hacer esto y lo otro” —dice poniendo voz de institutriz estricta—
Atarme habría sido como matarme.
—¿Y tus hijos? —acaba de atacar donde sabe que
duele. Para eso está ahí.
—También fueron siempre libres, aunque jamás lo
entendiese nadie —intenta defenderse.
—La libertad mal entendida puede ser tan asfixiante
como la sumisión. Esa libertad fue la que llevó a tu hijo Manuel a la soledad. Eligió
ir de cama en cama, pero no quedarse en ninguna. Y ahora está solo y se
arrepiente cada día de esa libertad —cada palabra que dice es un dardo para Alba
y él es consciente de ello. Sin embargo, no puede permitirse ser indulgente.
—Pero fue su decisión. El libre albedrío,
¿recuerdas? —replica con sorna—, se supone que de eso sabes más que yo.
—Yo no soy tu enemigo —y dulcifica su tono para
relajar la tensión entre ellos—. Solo quiero hacerte ver que tal vez la
libertad que primó en tu vida fue también un error.
—Puede que me equivocase, es cierto. Pero jamás lo
hice con maldad — Alba se defiende.
—En eso tienes toda la razón. Vamos, acompáñame un
rato más. Quiero que veas algo —la sonrisa enigmática del caballero aguijonea su
curiosidad.
Siguen caminando por la arena hasta llegar al faro
de la playa. Alba lo conoce de sobra, ha vivido toda su vida en la misma ciudad
costera. Y ese faro le encantaba también a su abuelo, aún recuerda las tardes
juntos, hablando con el farero y aprendiendo miles de cosas interesantes sobre navegación.
Y otras miles historias de marineros.
—Entra conmigo —le indica el hombre del sombrero
abriendo la puerta de acceso al faro.
Alba no lo duda un segundo. Sabe que hace tiempo que
el farero ya no está allí, ahora las luces se controlan a distancia mediante no
sé qué tecnología moderna. Al entrar allí una luz cegadora le impide reconocer
nada. Tras unos segundos, la luz disminuye y lo que ve no es el faro. Su cara
de desconcierto es tan evidente que el hombre le aclara con presteza:
—Estamos en casa de tu hija. Esa de la que hace años
que no sabes nada. No nos ve, solo somos espectadores.
"Bebé y madre", Vicente Romero Redondo |
Por eso ahora le sorprende tanto la escena que tiene
ante sus ojos. Su hija amamanta a una bebita, de apenas un par de meses,
preciosos ojos negros y carita redonda. La acuna a la vez con mimo, sin duda es
su hija. “Es tu nieta”, el hombre remarca lo evidente, pues no está seguro de
que entienda lo que está viendo. Alba se ha emocionado. Tanto, que rompe a llorar. Acaba
de darse cuenta de que su libertad no valía tanto como la sonrisa de la pequeña
que tiene delante. Tamaño descubrimiento la estrangula, necesita salir de allí.
—Vámonos, no puedo respirar —pide con un hilo de voz
al caballero.
Él no se mueve, solo sonríe y señala a ambas con la
cabeza.
—¡Qué hambre tenía mi Alba! Ahora a dormir, mi niña
— susurra Míriam con ternura a su pequeña.
Alba no puede evitar sentir una felicidad plena. Un segundo
después está de nuevo en la playa.
—Ahora sí estoy preparada.
Y se abandona mar adentro en brazos de la muerte vestida
de traje mientras el amanecer les
envuelve. El mejor de su vida.
Nombre en fieltro realizado por Un mundo por tus pensamientos: https://www.facebook.com/UnMundoPorTusPensamientos/ |
Qué congoja, Sandra. Pero es genial ese factor sorpresa que es la esencia del relato breve. Bravo, como siempre.
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Olivia! El #amanecer ha resultado ser muy inspiprador.
EliminarQué congoja, Sandra. Pero es genial ese factor sorpresa que es la esencia del relato breve. Bravo, como siempre.
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