En la bandera de la libertad
bordé el amor más grande de mi vida.
FEDERICO GARCÍA
LORCA
Las
recientes imágenes del drama de Siria han golpeado la mentalidad y la
conciencia del mundo entero. Imágenes de niños muertos en playas calladas, de
familias que se aferran desesperadas a las vías del tren, de la tensión de
miles de personas que intentan subir a ese mismo tren que tal vez ni siquiera
arranque, de una periodista pateando a refugiados. La imagen de ese adolescente
adulto, sensato y sincero: “No queremos ir a Europa, sólo paren la guerra en
Siria”…
Todas esas
imágenes nos sorprenden, nos indignan, nos queman por dentro. Por suerte,
también nos llegan imágenes de personas que cogen su coche y van a recoger a
cuantos pueden, de personas que reparten comida y agua, de voluntarios tejiendo
mantas. Y las gracias infinitas reflejadas en las miradas de los que ese día
tendrán algo con que llenar sus vacíos estómagos o con qué protegerse del frío.Sin
embargo, y por desgracia y estupidez del hombre, esas imágenes son viejas. Tan
viejas como el propio mundo, que vino de serie con las guerras y el exilio.
Como
española, me vienen a la mente imágenes no tan lejanas de esos compatriotas que
huyeron de su tierra durante o tras la guerra civil (1936-1939) y que marchaban
con lágrimas en los ojos y el miedo en el cuerpo. Aquellos españoles reflejados
en coplas de la época (porque la copla no fue siempre franquista, ni mucho
menos) como El emigrante, En tierra extraña o Suspiros de España, aunque esta última no en todas sus versiones.
Y de esos
héroes anónimos poco conocemos, como suele ocurrir en estos casos. Se sabe que
los que tuvieron buena suerte y huyeron a México, Argentina o Estados Unidos,
se libraron del posterior nazismo (aunque, por ejemplo, la dictadura argentina
no fue menos dura). Pero muchos de los que huyeron de España hacia Francia, Alemania
u otros países europeos en busca de una vida mejor, se toparon de frente con el
nazismo y los campos de concentración o exterminio, tan solo un año o dos
después de su marcha. Lo suyo fue pan para hoy y nazis para mañana.
Recuerdo
que cuando estudiaba, me explicaron ese tópico literario que incide en el poder
igualador de la muerte. Y de la guerra, añado de mi propia cosecha, porque ésta
tampoco distingue ricos de pobres, listos de tontos, sanos de enfermos… Y es
por ello que tenemos numerosos ejemplos de artistas, intelectuales y políticos
que sufrieron el horror de la guerra y el del exilio (entonces, el término refugiado era poco o nada frecuente).
En este
artículo, repasaremos la historia de algunos de estos españoles famosos,
exiliados durante o después de conflictos bélicos.
Empezaremos
con la Guerra de la Independencia (1808-1814). Durante este gran drama entre
españoles y franceses, un magnífico pintor plasmará con maestría todo el horror de la
contienda en una serie de pinturas conocida como los Desastres de la guerra. El artista no es otro que Francisco de Goya
y Lucientes.
El pintor soportó
la guerra y plasmó todo lo visto y vivido en sus cuadros (las pinturas del 2 y
3 de mayo, los Caprichos… las
pinturas negras). Siguió viviendo en España unos años después de la guerra,
pero en 1823, con la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis, cuyo objetivo
era la restauración del absolutismo y Fernando VII en España, huyó a Burdeos y
se refugió en casa de su amigo Moratín. Parece ser que volvió a España en 1826,
pero fue un viaje fugaz. Regresó a Burdeos, donde murió en 1828.
Blanco White |
Nos
trasladamos ahora al siglo XX, a la ya mencionada guerra civil, la más
sangrienta de nuestra historia. “La España de las harcas no tuvo nunca poetas.
De Franco han sido y siguen siendo los arzobispos pero no los poetas. En este
reparto injusto, desigual y forzoso, del lado de las harcas cayeron los obispos
y del lado del éxodo, los poetas”. León Felipe, desde su exilio en México,
describía de este modo las consecuencias que la guerra civil tuvo en la cultura española: el exilio de
intelectuales y artistas que, tachados de republicanos (masones, traidores,
maricones y otras lindezas), se vieron obligados a abandonar su patria.
La contienda fratricida fue larga y sangrienta. Muchos serán los artistas que se
lanzarán al exilio, sobre todo después de ver cómo se asesinaba de forma vil al
poeta Federico García Lorca en 1936. Él no tuvo la suerte de conocer el exilio.
Evitando, pues, la suerte que le tocó a Lorca, Rafael Alberti salió de España
tras la derrota republicana por su militancia en el Partido Comunista. Se
traslada con su mujer a París hasta que les retiran el permiso de trabajo por ser
tachados de comunistas peligrosos. En 1940 se embarcan en Marsella, rumbo a
Buenos Aires. Después pasarían por Chile, Uruguay y por la ciudad de Roma.
Alberti volvió a España en 1977, con la Transición. Amaba demasiado a su tierra
como para resignarse a morir en otro lugar que no fuera España.
Luis Buñuel |
María Zambrano |
Otra mujer que se vio obligada a sufrir el desgarro de dejar
su tierra, aunque posiblemente mucho más combativa, fue Clara Campoamor,
política republicana que luchó de forma activa por el sufragio femenino y por
los derechos de las mujeres. Con la Segunda República fue elegida como diputada
por el Partido Radical y formó parte de la comisión encargada de la redacción
de la nueva Constitución Española. Logró que se aceptasen todas sus propuestas
en lo referente a la no discriminación por razón de sexo, la igualdad jurídica
de los hijos e hijas habidos dentro y fuera del matrimonio y el divorcio. Durante
su batalla por lograr el derecho al sufragio universal aun tuvo que luchar más,
pues el acalorado debate llegó las Cortes, pero finalmente también lo
consiguió. Sin embargo, esta victoria política supuso su caída en desgracia, no
logró renovar su escaño en 1933 y tras varios intentos fracasados de entrar en
otros partidos, se consagró en 1935 al escribir Mi pecado mortal. El voto femenino y yo.
Con el estallido de la Guerra Civil, se exilió a Francia y publicó
La revolución española vista por una
republicana en 1937. Se trasladó después a Buenos Aires, donde vivió
durante una década. A finales de los años 40 intentó regresar a España, pero
desistió al saberse procesada por masonería. Siguió en Buenos Aires hasta 1955,
cuando se trasladó a Lausana (Suiza), donde vivió de su trabajo como abogada y
donde murió en 1972. Sus restos regresaron posteriormente a España, para ser
depositados en un cementerio de San Sebastián. De ella nos quedamos con su
afirmación:
“República, siempre república”.
Molina con sus características camisas de enormes mangas y lunares |
El cantaor de copla era ya una figura cuando estalló la
Guerra Civil, con éxitos como El día que
nací yo, La Bien Pagá, Ojos verdes o Triniá. Durante el conflicto, actúa para tropas republicanas, y
tras 1939 le ofrecen conciertos desde la élite franquista, pero él rechaza los
contratos (con una remuneración, además, muy por debajo de su caché). Sin
embargo es obligado a aceptar bajo la amenaza de ser acusado de republicano. De
nada sirvió que accediera o no, pues ya estaba en el punto de mira de la
represión. Y él lo sabía, pero no se acobardó en ningún momento y siguió
desprendiendo jirones de libertad desde el escenario. Como era de esperar fueron a por él, por rojo y maricón, tal y como le dijeron
los tres mafiosos que le dieron una paliza tras una de sus actuaciones. Se le dio la opción de quedarse en España,
siempre y cuando no volviera a actuar jamás, pero Molina no podía vivir sin su
arte, de modo que en 1942 partió hacia Buenos Aires.
Poco tiempo después llega una orden de la Embajada Española pidiendo
la expulsión del cantaor, y se ve obligado a abandonar Argentina. Llega a
México en 1943 y permanece allí, trabajando como cantaor y participando en
películas, hasta que Eva Perón le reclama y vuelve a Argentina, donde sigue
actuando hasta su retirada de los escenarios en 1966. Murió en Buenos Aires en
1993, lejos de su España, pero como el espíritu libre que siempre fue. LIBERTAD
es la palabra que le define.
Como vemos, el exilio y el buscar refugio fuera de nuestras
fronteras no es solo cosa de gente anónima y sin recursos. Los artistas e
intelectuales también sufren los horrores de la guerra. Y esto me lleva a
preguntarme cuántos de esos sirios que vemos dentro de una marea humana informe
serán también pintores, escritores, filósofos, cantantes o políticos que deben
dejar todo atrás y mendigar un poco de humanidad a esos supuestos países civilizados
que los ven llegar como seres tan ajenos, tan lejanos, tan diferentes.
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Este texto fue escrito para la Revista GURB, en la que se publicó el 18 de septiembre de 2015: http://www.gurbrevista.com/2015/09/exiliados-pero-libres-2/
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