viernes, 30 de septiembre de 2016

LA COLECCIONISTA DE FOTOS (III)

Ahí está. Tony, el más callado de los seis. Siempre en la retaguardia, casi invisible. Excepto cuando tenía a Serena atada y amordazada. En esos momentos el callado y tímido Tony se sentía poderoso y jugaba a ser Dios. Se convertía en un desalmado que se divertía torturando a Serena. Primero psicológicamente: “eres una puta”, “no vales nada”, “estás muerta”. Y luego físicamente: golpes, quemaduras de cigarrillo, cortes de bisturí, arañazos con púas de metal…

Jamás abusó de ella sexualmente, simplemente se dedicaba a torturarla, a humillarla y minarle la autoestima. A él nunca le interesó el sexo con Serena, incluso le costaba tener erecciones. Lo suyo era  la violencia, le causaba más placer. Su misión era dejarla débil, tanto física como psicológicamente, para que su resistencia ante los abusos de los demás fuese menor, por baja autoestima o solo por agotamiento físico. Sin embargo, Serena solo pensaba en devolver todos y cada uno de los golpes y humillaciones recibidas.

Y ahí tenemos al tímido Tony, saliendo de su concesionario de coches de gama alta. Serena lleva días vigilando sus pasos. Hasta ahora ha conseguido saber que es el dueño del concesionario y que tiene dos trabajadores. Ana, su secretaria y esposa, una mujer completamente ignorante del pasado de su marido (o tal vez solo una ignorante), aunque eso no la ha librado de disfrutar o quizá sufrir algunas sesiones de dominación/sumisión en su alcoba. Tiembla al pensar que su marido le pida otra, no cree que pudiera resistirlo.

Y Alessandro, un comercial enviado desde la central de la empresa. Ni siquiera es de allí, lo que supone que desconoce a Serena y toda su historia por completo. Alto, moreno, ojos verdes… atractivo en general, y además simpático y amable, aunque posiblemente por inercia, dada su profesión. 

     —    Buenos días. ¿Necesita ayuda, señorita? — el vendedor se acerca con su cara de galán.  Piensa que siempre funciona con las treintañeras bonitas, como Serena.
     —    Estoy buscando un coche grande, para poder meter a toda la familia.
    —    ¿Familia numerosa? —se interesa, profesional.
    —    No exactamente. Mis padres dependen de mí y muchas veces me toca ocuparme de mis sobrinos. Familia numerosa, pero soltera —aclara una sonriente Serena, aparentando ser una joven abnegada con su familia.
     —    Bien, en ese caso creo que lo que necesita es…
    —    Espere. Tengo que ser sincera… quiero ver modelos y precios y comparar. No estamos en mi casa como para derrochar —responde con inocencia muy bien fingida.
   —    Entiendo… Permítame enseñarle nuestro modelo de coche familiar. Con líneas deportivas y elegantes, con…

Media hora después, Serena se ha ganado la confianza de Alessandro, haciéndole ver que le interesan tanto el coche como él mismo. Y con esa misma excusa volverá los días siguientes. En apenas tres días el guapo comercial está convencido de que la tiene en el bote y Serena ya controla los horarios de Tony.

El cuarto día Serena no aparece por el concesionario, necesita comprobar si sus coqueteos con Alessandro han funcionado. Y se siente satisfecha cuando él despliega una amplia sonrisa al verla entrar el día siguiente por la puerta. “Vaya, pensé que me habías cambiado por otro comercial”. Un par de miradas e insinuaciones veladas después, Serena consigue que Alessandro la invite a entrar al despacho del jefe, que a esas horas suele estar almorzando con su secretaria y esposa. Unos clientes obligan al joven a salir del despacho dejando sola allí a Serena, ocasión que ella aprovecha para cumplir su cometido y dejarle a Tony un sobre de inquietante contenido: una copia de la foto que Serena guarda de la noche en la que comenzó su infierno (ella, Paula, Samuel, Tony y los otros 3, sonrientes frente a la cámara y con sendas copas en las manos) y una nota cuyo texto es breve y claro. TORTURADOR. Sin más…

“Ya estoy aquí preciosa. ¿He tardado mucho?”, Alessandro regresa al despacho y halla a Serena de pie con el móvil en la mano y expresión nerviosa. “Lo siento, una emergencia familiar, debo irme. Mañana volveré”, se excusa, mientras sale de allí a toda prisa. A su salida, pasa como una exhalación por delante de Tony y su mujer, que apenas reparan en su presencia, ocupados en parecer la pareja perfecta. Por suerte, ha colado con Alessandro su apariencia de chica inocente y también aquello de la emergencia familiar.


***

Tony está aterrado por esa nota... Aquello le sigue atormentando. Ha intentado controlar sus instintos violentos desde aquello y cree que lo ha conseguido, a excepción de sus sesiones de sado, que son pequeñas liberaciones en las que expulsa la tensión acumulada, en los que sacia su sed de violencia. Es su manera de mantenerse a raya y evitar caer de nuevo en la violencia gratuita que ejercía con Serena. Cree que lo ha superado y lo ha dejado atrás, que ha cambiado y es otro. Y agradece secreta y profundamente que Serena esté muerta porque la posibilidad de que aquello se descubra y su vida perfecta salte por los aires hace aflorar de nuevo ese Tony oscuro, violento e irracional.

Busca a Samuel, “él sabrá que hacer” piensa con desesperación. Pero su nerviosismo aumenta cuando los padres le comunican con pesadumbre que sus dos hijos se encuentran en paradero desconocido. Se sabe la presa de alguien que va a por él, alguien que intenta vengar la muerte de Serena, pero no se imagina quién. Esa sensación le impide volver a su casa, no se siente capaz de mirar a la cara a Ana sin sentirse un ser despreciable, de modo que acaba en un bar de mala muerte, casi por inercia. Un tugurio pequeño, con poca higiene y un calor sofocante, lleno de tipos con tatuajes y actitud de asesinos a sueldo. Entre ellos no se siente tan miserable. Pide un whisky solo y bebe mientras intenta buscar una solución. 



En el segundo whisky se acomoda en la barra una pelirroja delgada, que parece que intenta ligar con él. Le echa miraditas y sonrisas insinuantes, que él acoge de buen grado. Se dice a sí mismo que un poco de sexo duro con una desconocida le vendrá bien para tranquilizarse. Quizás incluso a esta pelirroja le vaya la marcha y pueda atarla a la cama y darle unos buenos azotes, eso es justo lo que necesita. “¿Qué tomas? ¿Puedo invitarte?” y ella se deja querer. Y se toman una copa, y otra y otra…

Un par de horas después despierta no sabe dónde, atado a una camilla y amordazado, en una especie de habitación acolchada. Le despiertan las primeras notas del Estudio Op. 10 Nº 12 de Chopin, el Revolucionario. “Bienvenido de nuevo a nuestro nidito de amor, gilipollas”, Serena saluda a su víctima mientras se quita la peluca pelirroja. De repente Tony retrocede 10 años, y se ve a sí mismo en aquella misma habitación del manicomio abandonado, pero los papeles entonces eran diferentes. Era Serena quien estaba atada a la camilla y él quien la saludaba con cinismo, diciéndole “Bienvenida de nuevo a nuestro nidito de amor, zorra”. Entonces Tony comprende quién es la pelirroja de pega y sabe que en aquel tugurio ha firmado su sentencia de muerte.

Serena saca todo un arsenal muy similar al que él usaba en sus tiempos. El Estudio de Chopin ha acabado y da paso a una música latina, Oye cómo va mi ritmo, bueno pa’gozar, mulata… y Serena baila contoneando las caderas y cantando mientras afila cuchillos y revisa puño americano, púas metálicas y otras maravillas.

      —    Creo que no hace falta que te recuerde quién soy, ¿verdad? Lo sabes muy bien. Aunque esperabas que estuviera muerta… lo siento, pero no —sonríe con malicia a su víctima—. Erais una panda de hijos de puta, pero gilipollas hasta la médula. Me dejasteis en aquel pantano creyéndome muerta, ni siquiera me lanzasteis dentro. Supongo que creísteis que algún bicho me devoraría… pero esto no es California, aquí no hay caimanes. ¡Estúpidos...! –Serena lanza un suspiro de desesperación y desprecio –. Y  ya lo ves... he vueeeeeltoooo.

Serena intenta mostrar el mismo desprecio y cinismo que él mostraba con ella.  Tony intenta hablar pero amordazado como está solo consigue emitir unos gruñidos incomprensibles. “¿Qué dices, escoria?”, le escupe Serena en la cara mientras le quita la mordaza.

      —     ¿Qué pasa zorra? Crees que me vas a acojonar con esta farsa. Sigues siendo la misma puta de hace diez años —Tony arremete contra Serena intentando desestabilizarla como antaño.
       —      ¡Cállate!
       —     Desátame y jugaremos como a ti te gustaba…
       —     ¡Cállate!
       —     Venga, aun sé hacer maravillas con las púas metálicas…

Por un momento Serena flaquea y se siente asustada como en aquel infierno. Está paralizada y su corazón late de forma arrítmica. Tony sigue recordándole el infierno que le hicieron pasar él y sus retorcidos amigos. Sus palabras se mezclan machaconas con la música techno, Tout est chaos a côté. Tous mesidéaux: des mots abîmés... pero ella ya no puede oírle, solo recuerda las heridas, las humillaciones y las consecuencias de todo ello: su vida clandestina desde entonces, la lenta recuperación física y psicológica, el saber que esos desalmados le han quitado una parte de su vida…

Eso la hace reaccionar, pensar en todo lo que no podrá ya hacer o tener por su culpa hace que le hierva la sangre de modo tal que coge un cuchillo y hace un corte maestro en el abdomen de Tony. Superficial, pero doloroso. Matarle de una puñalada no sería divertido, ni justo. Y el disco tiene unas 100 canciones que quiere escuchar…

Serena está de vuelta.

“He dicho que te calles, sabandija” le dice con inusitada serenidad tras la violencia repentina del corte. Tony ha callado de repente, sorprendido por el cuchillazo y por el propio dolor; ahora sabe que no podrá con ella. Esta vez no. Serena vuelve a amordazarle, ahora definitivamente, evitando así cualquier nuevo ataque. Y vuelve a revisar sus juguetitos, sin prisas, mientras canta distraída con la voz del CD, Revenge is a kiss this time I won't miss, now I've got you in my sight with a goldeneye. La voz de Tina Turner la inspira para atacar:

         —  Verás, es muy sencillo. Vamos a hacer un remember de aquello, solo que a la inversa. Vas a ver qué divertido… golpes, arañazos, cortes con los cuchillos. ¿Sabes? Lo de los cortes le encantó a Paula… —comenta, ensimismada en el recuerdo, para volver un segundo después a la realidad—. Y luego he dejado una parte para improvisar, a ver qué surge, antes del gran final que te tengo preparado que, no te emociones, no es como lo que tú llamabas final que era dejarme con tus amigos para que me violaran. No… el sexo no me interesa. Fíjate, eso es algo que tenemos en común. A Samuel le quedó bastante claro con lo que le amputé —suelta una carcajada cruel. Serena empieza a sentirse poderosa—. Es mucho mejor esto, un final dramático, violento… ni a ti se te habría ocurrido en tus mejores momentos. Esto te va a gustar…

Serena ve satisfecha cómo crece el miedo en los ojos de Tony.

Coge el puño americano y golpea a Tony en piernas y brazos, como para calentar. Cuando se ve con práctica, golpea el abdomen y el pecho. Lo suficiente para que duela pero no lo suficiente para matarle. Y otro más en la cara, partiéndole el labio. La diversión sólo acaba de empezar. Repite la operación, esta vez infringiéndole arañazos por el cuerpo con la púa metálica, arriba y abajo mientras canta en su particular ritual satánico. Deja las púas y se emplea a fondo en interpretar la siguiente canción, como si fuera una estrella de Broadway, para que su víctima descanse y por simple diversión, And allthat jazz!, y coge la cámara para sacar la primera foto de Tony: atado, con los golpes que empiezan a ponerse morados, el labio partido y lleno de arañazos de las púas. Y el terror en sus ojos. Justo lo que ella quiere.

Cuando acaba la canción, sigue con su tortura. El dolor hace que Tony se remueva y Serena le responde con un “Aguanta, nenaza” a la vez que le da un puñetazo en la cara. Nunca antes Serena se había sentido tan violenta. Ni tampoco tan libre, tan a gusto. Le embarga la sensación de estar donde debe estar para hacer lo que debe. Y no cree que absolutamente nadie pueda hacerlo mejor. “Además, presta atención. Es una de tus canciones preferidas para la tortura, tonto. Te degollaré con un disco afilado de losRolling Stones, o de los Shadows…, canta Serena a voz en grito muy cerca de la cara horrorizada de Tony.

El resto de la noche Serena improvisa, usando los cuchillos, quemando cigarrillos en la piel rota de Tony, combinando varios juguetitos a la vez, cantando y bailando mientras le recuerda que no es más que un mierda, que su mujer va a quedarse muy tranquila sin él y contándole cómo acabó con Paula y Samuel y sus planes para los tres que quedan.

      —     Como a ellos, nadie te encontrará jamás. Serás uno más de las listas de desaparecidos. ¿Y sabes lo mejor? A nadie se le ocurrirá pensar en mí como la autora de esto –le informa mientras va de nuevo a por su polaroid– porque, oficialmente, ¡estoy muerta! En fin… saluda a tus amigos en el infierno.

Saca otra foto y deja la cámara. Apaga la música y desaparece unos minutos.

A su regreso Tony ve a Serena sacando de una maleta una sierra mecánica. Ella la enciende y la empuña con una amplia sonrisa como si fuera un sable. “Oh, se me olvidaba… el casco. Es que la sangre sale fatal del pelo, ¿sabes?” y se coloca un casco con visera transparente para frenar las salpicaduras. Selecciona la canción deseada y pulsa play. He oído que la noche es toda magia… No podía ser otra. Ha encontrado el modo de liberarse del significado que para ella ha tenido esa canción durante años. Serena empuña de nuevo la sierra y se acerca al cráneo de Tony. Le bastan unos minutos para acabar con él definitivamente.


“Me ha gustado la sierra, sin duda”, piensa mientras toma la última foto de Tony.


Su colección marcha viento en popa, sólo le faltan tres piezas más. 



* Puedes leer la segunda parte aquí: 

No hay comentarios:

Publicar un comentario