LAS
12h. ÉRIKA
No puede ser. Mi madre no. ¿Por qué pediría que me
leyesen las cartas? Si realmente no me hace falta, ya sé lo que se avecina en
mi vida. Lo único que espero es que mi madre aguante al menos hasta Navidad,
quedan un par de meses y será tan feliz viendo a mi sobrino abrir sus regalos…
Venga, mejor la llamo y me quedo más tranquila,
ahora que los japoneses ya están servidos. “Sergio, voy al almacén a hacer una
llamada”, “Okey preciosa, no hay problema”. Sergio siempre tan amable, a veces
pienso que le pongo. Lástima que a mí me ponga su hermano…
— Mamiii, ¿cómo estamos hoy? —intento sonar alegre.
— Ahora mejor, hija. Ya sabes que a estas horas
empiezo a notar los efectos de la medicación.
— Bueno, poco a poco. ¿Quieres que te lleve algún
caprichito a mediodía? —me gusta cuidarla y que sienta mi cariño.
— No, hoy no tengo ganas de dulce. Mañana mejor, ¿te
parece?
— Perf…
— ¿Pasa algo cariño? Te has callado de repente…
— No lo sé, se oyen ruidos raros. Pero no te
preocupes, están todos fuera, pueden apañarse —quiero aprovechar la llamada un
poco más—. Oye, ¿has hablado con Mire estos días? ¿Ya te ha dicho si viene con
el enano en Navidad o qué?
— Me dijo que sí, aunque tenía que hablar con tu
cuñado. Ya sabes lo reacio que es el holandés a hacer viajes —se nota que Hans
le cae como una patada en el culo. No tiene remedio…
Bang!! Bang!! Bang!! Bang!!