domingo, 31 de enero de 2016

FUTURO INCIERTO. EL DESENLACE

LAS 12h. ÉRIKA

No puede ser. Mi madre no. ¿Por qué pediría que me leyesen las cartas? Si realmente no me hace falta, ya sé lo que se avecina en mi vida. Lo único que espero es que mi madre aguante al menos hasta Navidad, quedan un par de meses y será tan feliz viendo a mi sobrino abrir sus regalos…

Venga, mejor la llamo y me quedo más tranquila, ahora que los japoneses ya están servidos. “Sergio, voy al almacén a hacer una llamada”, “Okey preciosa, no hay problema”. Sergio siempre tan amable, a veces pienso que le pongo. Lástima que a mí me ponga su hermano…

     —    Mamiii, ¿cómo estamos hoy? —intento sonar alegre.
   —   Ahora mejor, hija. Ya sabes que a estas horas empiezo a notar los efectos de la medicación.
    —    Bueno, poco a poco. ¿Quieres que te lleve algún caprichito a mediodía? —me gusta cuidarla y que sienta mi cariño.
     —    No, hoy no tengo ganas de dulce. Mañana mejor, ¿te parece?
     —    Perf…
"
"Mamiii, ¿cómo estamos hoy?"
Bang!! Bang!! Bang!! Bang!!

     —    ¿Pasa algo cariño? Te has callado de repente…
    —    No lo sé, se oyen ruidos raros. Pero no te preocupes, están todos fuera, pueden apañarse —quiero aprovechar la llamada un poco más—. Oye, ¿has hablado con Mire estos días? ¿Ya te ha dicho si viene con el enano en Navidad o qué?
    —    Me dijo que sí, aunque tenía que hablar con tu cuñado. Ya sabes lo reacio que es el holandés a hacer viajes —se nota que Hans le cae como una patada en el culo. No tiene remedio…

Bang!! Bang!! Bang!! Bang!!

    —    Mamá, me estoy empezando a mosquear con los ruiditos. Voy a ver qué pasa. Nos vemos a mediodía, ¿de acuerdo?
    —    Tranquila hija, ve. Yo voy a seguir con mi novela, está interesante y quiero saber qué pasa.
     —    Jejeje, así me gusta. Te quiero miiiil. ¡Hasta luego mamaíta!

Cuelgo y salgo a ver qué sucede, estoy oyendo ruidos como de petardos. “¡Una masacre!”… ¿Masacre? ¿Quién coño está gritando eso? Espero que los japoneses no se hayan descontrolado. Salgo del almacén y llego justo a tiempo de ver a unos encapuchados con armas, 4 personas en el suelo heridas, o tal vez muertas, y Queco con un agujero en el estómago. ¡Ay, Dios mío! ¡Que nos están asaltando!

“¿Pero qué mierda pasa aquí?”, acaba de llegar Miguel, que supongo que está tan alucinado como yo. Voy a intentar escabullirme de nuevo al almacén, creo que no me han visto…

Bang, bang!!

¡Aaaah! Me han dado… Me acaban de joder la pierna, cómo duele. ¿Me voy a quedar coja de por vida? ¿Por qué? Debería estar en casa con mi mami… Piensa Érika, piensa. Estos tipos parecen unos zumbados, mejor hacerse la muerta. Por lo que pueda ser.
Así, quietecita, con los ojos cerraditos. ¡Y rezando pa’ que vengan los GEOS y los liquiden como ratas!

Oigo que alguien corre, pero no se oyen más disparos. Voy a abrir un ojo con disimulo a ver qué ha pasado… ¡Bien! Miguel se ha resguardado detrás de la barra con Queco, espero que el pobre resista, había mucha sangre.

Érika, ojos cerrados, no vayamos a liarla. 
"Érika, ojos cerrados, no vayamos a liarla."
[Imagen de Gustav Klimt]

El silencio se adueña de la cafetería durante unos interminables minutos. Los asaltantes discuten entre ellos si seguir con la sangría o largarse. “Ya nos hemos cargado a 6 personas, colega. Yo ya estoy de subidón total. Nos piramos y que les den a estos pringaos.” Otro responde que no… “No me seas nenaza, ¡cojones! Para que sea una masacre de verdad no hay que dejar supervivientes”. Sus razonamientos son de todo menos lógicos, menudos figuras… “¿Y si sólo dejamos vivo al héroe éste que acaba de llegar para que cuente la historia? Que la poli no pueda contar patrañas, ¿me explico?”.

Las sirenas de la policía interrumpen su discusión… ¡estamos salvados! O eso espero. Me llegan retazos de sus deliberaciones: “La madre que nos parió, ¡el pifostio que ha montao’ la pasma!”. “Hay una salida por la parte trasera”… y huyen como las ratas despreciables que son, posiblemente por la cocina, aunque no estoy segura, sigo con los ojos cerrados e inmóvil. Aún espero un par de minutos más antes de abrirlos por si acaso, y llego justo a tiempo de ver cómo Queco muere en brazos de Miguel. Se han dicho algo, visiblemente emocionados, “Te quiero, tío”, me ha parecido entender. Se me nubla la vista, esta vez de verdad; no he dejado de perder sangre durante todo el tiempo…

Estoy otra vez de pie, camino al almacén intentando escabullirme.
Veo el bolso negro de una señora colgado en su silla.
Todo tiembla, parece que sea un sismo.
Aparece el más corpulento de los encapuchados frente a mí.
¡Bang!, Queco en el suelo.
¡Bang!, yo en el suelo, y el hacerse la muerta.
Queco muriendo ante mis ojos en brazos de un impresionado Miguel. “Te quiero, tío”.

Y el tiempo que se para y la pesadilla que se repite una y otra vez.  El temblor del bolso y el suelo anuncian el tiro. ¡Bang! ¡Bang! Y Queco muerto, y yo no puedo hacer nada…

Cuando vuelvo a abrir los ojos, dos médicos del SAMU están poniéndome goteros y llevo mascarilla de oxigeno, me están trasladando en la camilla hasta el vehículo. En la puerta de la pastelería veo a la japonesa del bolso negro llorando desconsolada, tal vez alguno de los muertos sea un familiar, su hijo quizás. No puedo apartar la vista de ese bolso negro…

Y el bolso negro tiembla, como si hubiera algún tipo de onda o energía que lo agitase, colgado en la silla. El tiempo se detiene y esta vez el tipo corpulento viene directamente hacia mí, el miedo me paraliza y sin poder evitarlo llamo a mi amigo a voz en grito “¡¡Queco!!”. Pero él no está y todo se vuelve blanco.


"¡¡Queco!!"

...

“Venga, a ver qué dicen las cartas sobre mi futuro”, Érika está esperando a que su amigo Queco se decida a empezar.

Y sin mediar palabra, el chico de pelo rizado empieza a repartir cartas en silencio sobre el tapete. La expectación de los presentes da un aire ritual a la situación (a pesar de la cara de fastidio de Miguel), todos se han situado alrededor de la mesa, de pie, detrás del flamante tarotista y de la curiosa que pide conocer su futuro, y observan callados y con gesto grave el proceso.

Repartida la primera tirada de naipes sobre el tapete, la expresión de Queco cambia radicalmente, presagiando malas noticias.

     —    ¿Qué has visto? ¿Algo malo? ¿Es en mi casa?
     —    Algo muy malo —Queco traga saliva con cierta dificultad—.

Toda esta situación le resulta tremendamente familiar a Érika, pero aun así no puede contener su curiosidad y pregunta, “Eso tan malo, ¿tiene que ver con mi madre?”. Queco la mira con aire misterioso y responde “Mi madre estará bien, solo necesita tiempo. Y a ti. Tu madre estará bien”. Ella no entiende la respuesta, “¿Hablas de mi madre o de la tuya?”. Y entonces todo se desvanece y Érika sigue en la pastelería, pero ya no están Queco ni las cartas. Ha vuelto a la realidad de un plumazo.

Blanca, la madre de Queco, le sonríe y se abraza a ella, llorando de emoción. Acaban de colocar la foto de Queco en la pastelería-cafetería, como homenaje al valiente que intentó negociar en el asalto al establecimiento. Hace ya 6 meses de ello. Poco a poco han ido retornando todos a una relativa normalidad, a pesar de la cojera que Érika arrastra, ya de por vida, o del miedo que sigue mostrando Miguel cuando algún sonido le recuerda aquella fatídica tarde.  Los tres se abrazan y Érika sonríe mirando con nostalgia no se sabe dónde.

Un translúcido Queco le sonríe desde detrás de la barra. 




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