Han
pasado un par de semanas desde la primera vez que vi a mi abuela mirándome con
cara de enfado, y las cosas no van a mejor. Llevo un par de días casi sin
dormir. Las “visitas” de mi abuela y su dedo acusador se repiten y la fatiga no
me abandona. Esta mañana me he tenido que dar una ducha casi fría para
despejarme antes de irme al conservatorio… ¡menos mal que estamos en junio! Hoy
tengo que estar fresco, que tengo el examen final con los de historia de la música.
-
Venga chicos, os quiero separados y
sin trastos delante en cinco minutos. Y que nadie pregunte si el examen es
fácil…
Los
chicos se distribuyen con cierta pereza pero podemos comenzar el examen a
tiempo. Se les nota plenamente concentrados, sobre todo por el silencio sepulcral
que hay en el aula. Y aprovecho para echar un vistazo a los exámenes que hice
el día anterior en otro curso.
Y
justo cuando estoy leyendo sus respuestas sobre las características de la fuga
en el Barroco, escucho que alguien grita mi nombre: “¡Manuel!, ¡Manueeeel!”.
Levanto la cabeza, sobresaltado, buscando la procedencia de la voz, pero no veo
nada extraño. Ningún alumno ha levantado la cabeza de su examen ni ocurre nada.
Y vuelvo a escuchar mi nombre a gritos: “¡Manuel!, ¡Manueeeel!”. Salgo al pasillo
por si acaso. Nadie, pasillo vacio… y otra vez la voz de mujer gritando mi
nombre: “¡Manuel!, ¡Manueeeel!”.
De
repente comprendo y me entran los siete males de golpe. ¿No es suficiente el no
dejarme descansar que ahora ni siquiera me vas a dejar trabajar? Ya está bien,
ya se pasa de castaño oscuro la buena señora. O lo aclaro, o me vuelvo loco… si
no lo estoy ya, claro.
Estoy cardíaco, pero no puedo salir corriendo a hablar con Aurora… tendré que esperar a que mis chicos acaben el examen.
Estoy cardíaco, pero no puedo salir corriendo a hablar con Aurora… tendré que esperar a que mis chicos acaben el examen.
Tras
finalizar el examen, busco su número en la agenda de mi móvil, quince minutos y
una charla amigable después, quedamos para esa misma tarde. Ella es la persona
indicada para ayudarme a resolver las dudas y para hacer que las misteriosas y
silenciosas visitas de mi abuela cesen…
A
las 18h en punto llamo al timbre de su casa. Solemos quedar allí, porque es
mucho más discreto que verse en un bar. Me recibe afectuosa y me hace pasar al
salón. Nos sentamos alrededor de una mesita redonda, con un tapete de plástico
al uso y otro encima de fieltro, para poder desplegar las cartas. Como siempre,
me pide que no le cuente nada, solo que baraje las cartas y se las dé… Lo hago
y en cuanto saca las primeras cartas, habla de una mujer que no me deja
descansar. Y como un huracán llega, siento su presencia allí…
Ahora
sí que empieza lo bueno…
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